Es sin duda el evento más esperado en las artes visuales en el país. Se lleva a cabo cada dos años y desde la 16 edición, se realiza en varios espacios, muchos de ellos en el Centro Histórico. Con más de tres décadas de trayectoria, la Bienal de Arte Paiz  involucra a muchos de los artistas nacionales, quienes además de participar exhibiendo su obra, toman parte activa en los encuentros con renombrados artistas internacionales, los cuales son propiciados por la Bienal. Es también una importante plataforma para la creación, acompañada siempre de destacados curadores internacionales.

Alrededor de las exhibiciones se desarrolla un importante componente pedagógico diseñado para los diversos públicos: niños, jóvenes, amantes del arte y especialistas, quienes se involucran en una gran experiencia cultural. La Bienal de Arte Paiz se ha convertido en una de las más importantes vitrinas internacionales que visibilizan la escena del arte contemporáneo dentro y fuera del país. El ingreso a las exposiciones, actividades y talleres es gratuito.

 

Esbozo de veinte bienales
Por: Itziar Sagone

En Guatemala los concursos se resumen en los del Centroamericano del 15 de septiembre, y los Festivales de Cultura[i].

La Bienal de Arte Paiz  nació en medio del conflicto armado como un espacio que permitía reconocer la producción artística local y apostaba por la libre expresión. Gracias a la relación entre Zipacná de León y Rodolfo Paiz se concretó un concurso abierto de pintura con tres categorías (Artistas invitados, Categoría libre, Categoría escolar) y un premio especial para pintura en porcelana. Con el tiempo, los niños concursantes reemplazan a los participantes de la categoría libre y estos ocupan el puesto de los artistas invitados.

En abril de 1980, año convulso especialmente para la Ciudad de Guatemala, se inaugura la segunda edición de la Bienal. Mientras en la primera se otorgó el primer premio a la obra El señor de las aguas, de Carlo Marco Castillo, una obra estéticamente muy bien ejecutada, en la segunda edición el premio lo recibiría Paro de Autobuses, de Juan Manuel Rivas del Cid, una pieza que evoca un momento cuasi cotidiano en el país. En la presentación del evento ese año, Rodolfo Paiz compartía algunos de los objetivos de la Bienal: “Confiamos en que nuestros aportes en el campo artístico representen las semillas de un más profundo y maduro desarrollo de la conciencia de la unidad guatemalteca y que su germinación contribuya a que juntos podamos convivir en paz y lograr las altas aspiraciones que tenemos para Guatemala”[ii].

Si bien la pintura figurativa e indigenista ocuparon una buena cuota de las obras participantes los primeros años, pronto se daría un cambio radical. Para la VII edición (1990), pintura, grabado, dibujo, escultura y fotografía llenaban las salas. El concurso infantil se había descartado, y el jurado incluía representantes importantes del arte internacional, como Fernando de Szyszlo o Manuel Álvarez Bravo. Ya en la X edición (1996) las obras eran de un corte más contemporáneo, con formatos atrevidos y menos apegados a la academia. Aníbal López recibe el Glifo de Oro por su obra “Recién casados”, que, como el grueso de la producción de este artista tiene la virtud de incomodar y situarnos en un nuevo paradigma. Dos años después la Bienal daría un nuevo salto promoviendo y comprometiéndose con otros socios de la región a conformar la Bienal del Istmo Centroamericano. De esa manera, como señalara Jackeline Riera de Paiz[iii], “correspondemos a la etapa de globalización e integración de Centroamérica a través de su cultura”. Federico Morais puntualizaba entonces que “la continuidad del evento a lo largo de dos décadas es un hecho raro en nuestro continente. En efecto el mayor problema de la cultura en nuestros países es la discontinuidad de algunas de sus iniciativas más exitosas, lo que quiere decir que estamos siempre volviendo a una situación de cero” [iv].

Si la X y XI edición (1998) marcaron la incorporación de otros lenguajes y la ruptura con las exhibiciones de salón, la edición XII (2000) rompió otros estándares. El tamaño de las piezas ganadoras es apabullante. Parábola de Francisco Auyón[v], sorprende por sus dimensiones y por la toma del espacio público, un campo que había estado vedado a las obras de la Bienal durante años. Pero no fue esa la única pieza que desafió zonas de confort. La obra que Lourdes de Menéndez presentó a la Bienal constaba de dos urnas. En una había una momia en la que se inscribía la leyenda “pasado” y en la otra, contrapuesta, se leía “futuro”, lo que sugería el análisis crítico y semiótico de la realidad guatemalteca. En esta bienal el jurado calificador urge a la organización a que se eliminaran las categorías.

Las primeras diez ediciones de la Bienal (1978-1996) contribuyeron a la consolidación de la creación artística del país, mientras que en la XV edición (2006) podemos pensar en un cisma. Artistas, crítica, público y jurados coinciden con que debe darse un giro. Aunque seguían postulándose centenares de obras seguían el jurado se decide por reducir el número de piezas expuestas a treinta y siete, dejando ver un diseño curatorial. En esta edición de la Bienal comienza la reformulación del evento.

Con atinado criterio, se retoma el diálogo entablado con Nelson Herrera Ysla[vi], convocándolo a ser Curador General de la XVI (2008) edición. Será esta edición la que despide a los Glifos y a partir de la cual se instala un modelo curatorial de bienal. La siguiente edición, curada por José Roca, acentúa aún más el paso dado. En ella, Roca y su equipo apuestan por presentar obras de artistas internacionales. Las obras del mundo dialogan con las locales de manera abierta; los artistas se ven a los ojos. Las muestras se desarrollan en distintos puntos de la ciudad, siendo quizás la pieza más aclamada la del japonés Tatzu Nishi exhibida en la Plaza Barrios. La fuerza que había adquirido la Bienal constataba que el giro dado tenía sentido.

Si Ysla y Roca salen a la calle generando expectativa y controversia, Santiago Olmo imprimiría fuerza al evento. Bajo el lema Convivir/compartir, la XVIII Bienal de Arte Paiz (2012) destaca la importancia de la formación y la educación en la comprensión de la cultura y el arte. “Asignar a una bienal un cometido formativo, tiene por objeto ir más allá de lo expositivo, transformar la propia Bienal en un laboratorio experimental de intercambios que cumpla una función de utilidad para la escena artística y cultural”[vii], afirmó Olmo. Imprimir este sello significó integrar otros lenguajes como música y literatura, e incluso explorar el campo de la educación. La XVIII Bienal salió de la ciudad; encuentros teórico-creativos, diálogos y presentaciones se dieron tanto en la ciudad como en Antigua y Quetzaltenango. Se tomaron parques y se invitó a transeúntes a participar en las creaciones. Se experimentó dentro de museos contraponiendo piezas contemporáneas con elementos históricos, generando un diálogo. El catálogo se perfilaba ya como un documento formal.

Fue con la XIX Bienal de Arte Paiz (2014), curada por Cecilia Fajardo-Hill, que este documento tomó más peso, constituyéndose en una memoria que incorporó el análisis de las obras desde otras ópticas. Utilizando el término Transvisible, Fajardo Hill y su equipo analizaron cuatro grandes temáticas latentes en la problemática social guatemalteca: el tema indígena y su creación contemporánea, la idea de sanación por medio del arte, las nuevas formas de violencia y, finalmente, un importante debate de género a través del reconocimiento del cuerpo como territorio. Esta pasada Bienal continuó la línea de descentralización y se abrió como ninguna otra al debate teórico, acercando el mundo de la academia y el mundo del arte. Fue quizás confusa para algunos, pero clara en sus líneas de investigación y en su aporte al análisis del arte contemporáneo local y sus posibles encuentros con la comunidad.

 

[i] Zipacná de León en referencia a lo que vivía el país en 1978, año en el que se realiza la primera edición de la Bienal de Arte Paiz.

[ii] Rodolfo Paiz Andrade, II Bienal de Arte Paiz. Carta de presentación catálogo. 1980.

[iii] Directora de Fundación Paiz entre los años 1990 y 2007.

[iv] Jurado calificador de la XI Bienal de Arte Paiz.

[v] Ganador del Glifo de Oro de la XI y XII Bienal de Arte Paiz.

[vi] Nelson Herrera Ysla, jurado de la XV edición de la Bienal de Arte Paiz.

[vii] Santiago Olmo, curador de la XVIII Bienal de Arte Paiz.

 


 

Recuento de la Bienal de Arte Paiz

 

-XIX BIENAL DE ARTE PAIZ – TRANSVISIBLE

-XVIII BIENAL DE ARTE PAIZ – CONVIVIR/COMPARTIR

-XVII BIENAL DE ARTE PAIZ – VER PARA CREER

 

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